25 DE MAYO DE 1810 |
25 DE MAYO DE 2012 |
202 ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO
La serie de acontecimientos
revolucionarios ocurridos en mayo de 1810 en
la ciudad de
Buenos
Aires, es conocida como la Revolución de
Mayo.
En aquel entonces, Buenos Aires, era conocida como la
capital del
Virreinato del Río de la Plata, una
dependencia colonial de
España.
En ese momento gobernaba el
virrey
Baltasar Hidalgo de Cisneros y fue
reemplazado por la
Primera Junta de Gobierno.
Estos eventos de la Revolución de Mayo se sucedieron en
una semana conocida como la Semana de Mayo, que
transcurrió entre el
18 de
mayo, cuando se confirmó de manera oficial la
caída de la
Junta
de Sevilla, hasta el
25 de
mayo, fecha de asunción de la Primera Junta.
La Revolución de Mayo inició el proceso de
surgimiento del Estado Argentino sin
proclamación de la independencia formal, ya que la
Primera Junta no reconocía la autoridad del
Consejo de Regencia de España e Indias, pero
aún gobernaba nominalmente en nombre del rey de España
Fernando VII, quien había sido depuesto por
las
Abdicaciones de Bayona y su lugar ocupado por
el francés
José
Bonaparte.
Aun así, los historiadores consideran a dicha
manifestación de lealtad (conocida como la
máscara de Fernando VII) una maniobra
política que ocultaba las intenciones independentistas
de los revolucionarios.
La
declaración de independencia de la Argentina
tuvo lugar posteriormente durante el
Congreso de Tucumán el
9 de
julio de
1816.
Cronología de la Semana de Mayo
La Semana de Mayo es la semana que
transcurre entre el
18 y el 25 de
mayo de 1810,
que se inició con la confirmación de la caída de
la Junta de Sevilla y desembocó en la
destitución de Cisneros y la asunción de la
Primera Junta.
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El 14 de mayo arribó al puerto de Buenos Aires la
goleta de guerra
británica HMS Mistletoe
procedente de Gibraltar
con periódicos del mes de enero que anunciaban la
disolución de la Junta de
Sevilla al ser tomada esa ciudad por los
franceses, que ya dominaban casi toda la Península,
señalando que algunos diputados se habían refugiado en
la isla de León en
Cádiz. La Junta era
uno de los últimos bastiones del poder de la corona
española, y había caído ante el
imperio napoleónico,
que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando
VII mediante las Abdicaciones
de Bayona. El día 17 se conocieron en Buenos
Aires noticias coincidentes llegadas a Montevideo el día
13 en la fragata
británica HMS John Paris,
agregándose que los diputados de la Junta de Sevilla
habían sido rechazados estableciéndose una Junta en
Cádiz. Se había constituido un
Consejo de Regencia de España
e Indias, pero ninguno de los dos barcos
transmitió esa noticia. Cisneros intentó ocultar las
noticias estableciendo una rigurosa vigilancia en torno
a las naves de guerra británicas e incautando todos los
periódicos que desembarcaron de los barcos, pero uno de
ellos llegó a manos de Manuel
Belgrano y de Juan
José Castelli. Éstos se encargaron de difundir la
noticia, que ponía en entredicho la legitimidad del
virrey, nombrado por la Junta caída[]
También se puso al tanto de las noticias a
Cornelio Saavedra,
jefe del regimiento de Patricios, que en ocasiones
anteriores había desaconsejado tomar medidas contra el
virrey. Saavedra consideraba que, desde un punto de
vista estratégico, el momento ideal para proceder con
los planes revolucionarios sería el momento en el cual
las fuerzas napoleónicas lograran una ventaja decisiva
en su guerra contra España. Al conocer las noticias de
la caída de la Junta de Sevilla, Saavedra consideró que
el momento idóneo para llevar a cabo acciones contra
Cisneros había llegado.[12]
El grupo encabezado por Castelli se inclinaba por la
realización de un cabildo abierto, mientras los
militares criollos proponían deponer al virrey por la
fuerza.
Viernes 18 de mayo
Ante el nivel de conocimiento público alcanzado por la
noticia de la caída de la Junta de Sevilla, Cisneros
realizó una proclama en donde reafirmaba gobernar en
nombre del rey Fernando VII, para intentar calmar los
ánimos. Cisneros habló de la delicada situación en la
Península, pero no confirmó en forma explícita que la
Junta había caído, si bien era consciente de ello.
Parte de la proclama decía lo siguiente:
En América española subsistirá el trono de los Reyes
Católicos, en el caso de que sucumbiera en la península.
(...) No tomará la superioridad determinación alguna que
no sea previamente acordada en unión de todas las
representaciones de la capital, a que posteriormente se
reúnan las de sus provincias dependientes, entretanto
que de acuerdo con los demás virreinatos se establece
una representación de la soberanía del señor Fernando
VII[]
El grupo revolucionario principal se reunía
indistintamente en la casa de
Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de
Hipólito Vieytes.
Concurrían a esas reuniones, entre otros,
Juan José Castelli,
Manuel Belgrano,
Juan José Paso,
Antonio Luís Beruti,
Eustoquio Díaz Vélez,
Feliciano Antonio Chiclana,
José Darragueira,
Martín Jacobo Thompson
y Juan José Viamonte.
Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma,
encabezado por fray Ignacio
Grela y entre los que se destacaba
Domingo French.
Algunos criollos se juntaron esa noche en la casa
Rodríguez Peña. Cornelio
Saavedra, quien se hallaba en
San Isidro, fue
llamado de urgencia y concurrió a la reunión en la que
se decidió solicitar al virrey la realización de un
cabildo abierto para
determinar los pasos a seguir por el virreinato. Para
esa comisión, fueron designados Castelli y Martín
Rodríguez[]
Sábado 19 de mayo
Tras pasar la noche tratando el tema, durante la mañana
Saavedra y Belgrano se reunieron con el
alcalde de primer voto,
Juan
José de Lezica, y Castelli con el síndico
procurador, Julián de Leiva,
pidiendo el apoyo del Cabildo para gestionar ante el
virrey un cabildo abierto, expresando que de no
concederse, lo haría por sí solo el pueblo o moriría
en el intento.
Domingo 20 de mayo
Demanda ante el virrey Cisneros por la realización de un
Cabildo Abierto. Bajorrelieve de
Gustavo Eberlein.
Lezica transmitió a Cisneros la petición que había
recibido, y éste consultó a Leyva, quien se mostró
favorable a la realización de un cabildo abierto. Antes
de tomar una decisión el virrey citó a los jefes
militares para que se presenten a las siete horas de la
tarde en el fuerte.[
]Según
cuenta Cisneros en sus Memorias, les recordó:
(...) las reiteradas protestas y juramentos de fidelidad
con que me habían ofrecido defender la autoridad y
sostener el orden público y les exhorté a poner en
ejercicio su fidelidad al servicio de S.M. y de la
patria.
Como Cisneros reclamó una respuesta a su petición de
apoyo, el coronel criollo
Cornelio Saavedra, jefe del
Regimiento de Patricios
e integrante del grupo revolucionario conocido como la
Sociedad de los Siete,
respondió en nombre de todos los criollos diciendo:
Señor, son muy diversas las épocas del 1º de enero de
1809 y la de mayo de 1810, en que nos hallamos. En
aquella existía la España, aunque ya invadida por
Napoleón; en ésta, toda ella, todas sus provincias y
plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto
solo Cádiz y la isla de León, como nos aseguran las
gacetas que acaban de venir y V.E. en su proclama de
ayer. ¿Y qué, señor? ¿Cádiz y la isla de León son
España? (...) ¿Los derechos de la Corona de Castilla a
que se incorporaron las Américas, han recaído en Cádiz y
la isla de León, que son una parte de las provincias de
Andalucía? No señor, no queremos seguir la suerte de la
España, ni ser dominados por los franceses, hemos
resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por
nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para
mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la
tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando
para sostenerse en ella.
Al anochecer se produjo una nueva reunión en casa de
Rodríguez Peña, en donde los jefes militares comunicaron
lo ocurrido. Se decidió enviar inmediatamente a Castelli
y a Martín Rodríguez a
entrevistarse con Cisneros en el fuerte, facilitando su
ingreso el comandante Terrada de los
granaderos provinciales
que se hallaba de guarnición ese día. El virrey se
encontraba jugando a los naipes con el brigadier
Quintana, el fiscal Caspe y el edecán Coicolea cuando
los comisionados irrumpieron. Martín Rodríguez en sus
Memorias relató cómo fue la entrevista, en donde
Castelli se dirigió a Cisneros así:
Excelentísimo señor: tenemos el sentimiento de venir en
comisión por el pueblo y el ejército, que están en
armas, a intimar a V.E. la cesación en el mando del
virreinato.
Cisneros respondió:
¿Qué atrevimiento es éste? ¿Cómo se atropella así a la
persona del Rey en su representante?
Pero Rodríguez (según sus Memorias) lo detuvo
advirtiéndole:
Señor: cinco minutos es el plazo que se nos ha dado para
volver con la contestación, vea V.E. lo que hace.
Solamente defendió la posición de Cisneros el síndico
procurador del Cabildo,
Julián de Leyva.
Ante la situación, Caspe llevó a Cisneros a su despacho
para deliberar juntos unos momentos y luego regresaron.
El virrey se resignó y permitió que se realizara el
cabildo abierto. Según cuenta Martín Rodríguez en sus
Memorias póstumas, escritas muchos años después, sus
palabras fueron:
Señores, cuanto siento los males que van a venir sobre
este pueblo de resultas de este paso; pero puesto que el
pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan
ustedes lo que quieran.
El cabildo abierto se celebraría el 22 de mayo
siguiente.
Esa misma noche se representó una obra de teatro cuyo
tema era la tiranía, llamada "Roma Salvada", a la
cual concurrieron buena parte de los revolucionarios. El
jefe de la policía intentó convencer al actor de que no
se presentara y que, con la excusa de que éste estuviera
enfermo, la obra fuera reemplazara con "Misantropía y
arrepentimiento", del poeta alemán Kotzebue. Los
rumores de censura policial se extendieron con rapidez,
por lo que Morante salió e interpretó la obra prevista,
en la cual interpretaba a
Cicerón. En el
cuarto acto, Morante exclamaba lo siguiente:
Entre regir al mundo o ser esclavos ¡Elegid, vencedores
de la tierra! ¡Glorias de Roma, majestad herida! ¡De tu
sepulcro al pie, patria, despierta! César, Murena,
Lúculo, escuchadme: ¡Roma exige un caudillo en sus
querellas! Guardemos la igualdad para otros tiempos: ¡El
Galo ya está en Roma! ¡Vuestra empresa del gran Camilo
necesita el hierro! ¡Un dictador, un vengador, un brazo!
¡Designad al más digno y yo lo sigo!
Dicha escena encendió los ánimos revolucionarios, que
desembocaron en un aplauso frenético a la obra. El
propio Juan José Paso
se levantó y gritó "¡Viva Buenos Aires libre!".
Lunes 21 de mayo
Invitación al Cabildo abierto
del 22 de mayo.
A las tres, el Cabildo inició sus trabajos de rutina,
pero se vieron interrumpidos por seiscientos hombres
armados, agrupados bajo el nombre de "Legión Infernal",
que ocuparon la Plaza de la Victoria, hoy
Plaza de Mayo, y
exigieron a gritos que se convocase a un cabildo abierto
y se destituyese al virrey Cisneros. Llevaban un retrato
de Fernando VII y en el ojal de sus chaquetas una cinta
blanca que simbolizaba la unidad criollo-española.[21]
Entre los agitadores se destacaron
Domingo French y
Antonio Beruti. Estos
desconfiaban de Cisneros y no creían que fuera a cumplir
su palabra de permitir la celebración del cabildo
abierto del día siguiente. El síndico Leiva no tuvo
éxito en calmar a la multitud al asegurar que el mismo
se celebraría como estaba previsto. La gente se
tranquilizó y dispersó gracias a la intervención de
Cornelio Saavedra,
jefe del Regimiento de
Patricios, que aseguró que los reclamos de la
Legión Infernal contaban con su apoyo militar y quien
comunicó que él personalmente iba a
designar las guardias para las avenidas de la Plaza con
oficiales de Patricios y que dichas guardias estarían a
las órdenes del Capitán
Eustoquio Díaz Vélez, de cuya adhesión, de
ninguna manera, podía dudar el pueblo.
El 21 de mayo se repartieron cuatrocientos cincuenta
invitaciones entre los principales
vecinos y autoridades
de la capital. La lista de invitados fue elaborada por
el Cabildo teniendo en cuenta a los vecinos más
prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de su
impresión, Agustín Donado, compañero de French y Beruti,
imprimió muchas más de las necesarias y las repartió
entre los criollos.
El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva
asistir, precisamente mañana 22 del corriente, á las
nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al
cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey
ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á
las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza,
para que se le permita pasar libremente.
Martes 22 de mayo
El Cabildo abierto, según
Juan Manuel Blanes.
De los cuatrocientos cincuenta invitados al cabildo
abierto solamente participaron unos doscientos
cincuenta. French y Beruti, al mando de seiscientos
hombres armados con cuchillos, trabucos y fusiles,
controlaron el acceso a la plaza, con la finalidad de
asegurar que el cabildo abierto fuera copado por
criollos.
El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta la
medianoche, contando con diversos momentos, entre ellos
la lectura de la proclama del Cabildo, el debate, "que
hacía de suma duración el acto", como se escribió en el
documento o acta, y la votación, individual y pública,
escrita por cada asistente y pasada al acta de la
sesión.
El debate en el Cabildo tuvo como tema principal la
legitimidad o no del gobierno y de la autoridad del
virrey. El
principio de la retroversión
de la soberanía planteaba que, desaparecido el
monarca legítimo, el poder volvía al pueblo, y que éste
tenía derecho a formar
un nuevo gobierno.
Hubo dos posiciones principales enfrentadas: los que
consideraban que la situación debía mantenerse sin
cambios, respaldando a Cisneros en su cargo de virrey, y
los que sostenían que debía formarse una
junta de gobierno en
su reemplazo, al igual que en España. No reconocían la
autoridad del Consejo de
Regencia argumentando que las colonias en América
no habían sido consultadas para su formación.[23]
El debate abarcó también, de manera tangencial, la
rivalidad entre criollos y españoles peninsulares, ya
que quienes proponían mantener al virrey consideraban
que la voluntad de los españoles debía primar por sobre
la de los criollos.
Uno de los oradores de la primera postura fue el obispo
de Buenos Aires, Benito Lué y
Riega, líder de la iglesia local. Lué y Riega
sostenía lo siguiente:
No solamente no hay por qué hacer novedad con el virrey,
sino que aún cuando no quedase parte alguna de la España
que no estuviese sojuzgada, los españoles que se
encontrasen en la América deben tomar y reasumir el
mando de ellas y que éste sólo podría venir a manos de
los hijos del país cuando ya no hubiese un español en
él. Aunque hubiese quedado un solo vocal de la Junta
Central de Sevilla y arribase a nuestras playas, lo
deberíamos recibir como al Soberano.[24]
Juan José Castelli
habló a continuación, y sostuvo que los pueblos
americanos debían asumir la dirección de sus destinos
hasta que cesara el impedimento de
Fernando VII de
regresar al trono.
Desde la salida del Infante don Antonio, de Madrid,
había caducado el Gobierno Soberano de España, que
ahora con mayor razón debía considerarse haber expirado
con la disolución de la Junta Central, porque, además de
haber sido acusada de infidencia por el pueblo de
Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del
Supremo Gobierno de Regencia; ya porque los poderes de
sus vocales eran personalísimos para el gobierno, y no
podrían delegarse, ya por la falta de concurrencia de
los Diputados de América en la elección y
establecimiento de aquel gobierno, deduciendo de aquí su
ilegitimidad, la reversión de los derechos de la
Soberanía al pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio
en la instalación de un nuevo gobierno, principalmente
no existiendo ya, como se suponía no existir, la España
en la dominación del señor don Fernando Séptimo.
Pascual Ruiz Huidobro
expuso que, dado que la autoridad que había designado a
Cisneros había caducado, éste debía considerarse
separado de toda función de gobierno, y que, en su
función de representante del pueblo, el Cabildo debía
asumir y ejercer la autoridad.
El fiscal
Manuel
Genaro Villota, representante de los
españoles más conservadores, señaló que la ciudad de
Buenos Aires no tenía derecho a tomar decisiones
unilaterales sobre la legitimidad del virrey o el
Consejo de Regencia sin hacer
partícipes del debate a las demás ciudades del
Virreinato. Argumentaba que ello rompería la unidad del
país y establecería tantas soberanías como pueblos.
Juan José Paso le dio
la razón en el primer punto, pero adujo que la situación
del conflicto en Europa y la posibilidad de que las
fuerzas napoleónicas prosiguieran conquistando las
colonias americanas demandaban una solución urgente.
Adujo entonces el argumento de la hermana mayor,
por la cual Buenos Aires tomaba la iniciativa de
realizar los cambios que juzgaba necesarios y
convenientes, bajo la expresa condición de que las demás
ciudades serían invitadas a pronunciarse a la mayor
brevedad posible. La figura
retórica de la "Hermana mayor", comparable a la
gestión de negocios, es un nombre que hace
una analogía entre la relación de Buenos Aires y las
otras ciudades del Virreinato con una
relación filial.
La postura de Cornelio
Saavedra fue la que acabó imponiéndose.
El cura Juan Nepomuceno Solá
opinaba que el mando debía entregarse al Cabildo, pero
sólo en forma provisional, hasta la realización de una
junta gubernativa con llamamiento a representantes de
todas las poblaciones del virreinato.
El comandante Pedro Andrés
García, íntimo amigo de Saavedra, comentó al
votar: "Que considerando la suprema ley la salud del
pueblo y advertido y aun tocado por sí mismo la
efervescencia y acaloramiento de él con motivo de las
ocurrencias de la Metrópoli, para que se varíe el
Gobierno, que es a lo que aspira, cree de absoluta
necesidad el que así se realice, antes de tocar
desgraciados extremos, como los que se persuade habría,
si aún no se resolviese así en la disolución de esta
Ilustre Junta; repite por los conocimientos que en los
días de antes de ayer, ayer y anoche ha tocado por sí
mismo, tranquilizando los ánimos de los que con
instancia en el pueblo así lo piden"[]
Cornelio Saavedra
propuso que el mando se delegara en el Cabildo hasta la
formación de una junta de gobierno, en el modo y forma
que el Cabildo estimara conveniente. Hizo resaltar la
frase de que "(...) y no queda duda de que el pueblo
es el que confiere la autoridad o mando". A la hora
de la votación, la postura de Castelli se acopló a la de
Saavedra.
Luego de los discursos, se procedió a votar por la
continuidad del virrey, solo o asociado, o por su
destitución. La votación duró hasta la medianoche, y se
decidió por amplia mayoría destituir al virrey: ciento
cincuenta y cinco votos contra sesenta y nueve. Los
votos contrarios a Cisneros se distribuyeron de la
siguiente manera:
-
Fórmula según la cual la autoridad
recae en el Cabildo: cuatro votos
-
Fórmula de Juan Nepomuceno de Sola:
dieciocho votos
-
Fórmula de
Pedro Andrés García, Juan José Paso y
Luís José Chorroarín: veinte votos.
-
Fórmula de Ruiz Huidobro: veinticinco
votos
-
Fórmula de Saavedra y Castelli:
ochenta y siete votos
A la madrugada del día 23 se emitió el siguiente
documento:
Hecha la regulación con el más prolijo examen resulta de
ella que el Excmo Señor Virrey debe cesar en el mando y
recae éste provisoriamente en el Excmo. Cabildo hasta la
erección de una Junta que ha de formar el mismo Excmo.
Cabildo, en la manera que estime conveniente
Miércoles 23 de mayo
Tras la finalización del Cabildo abierto se colocaron
avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de
la creación de la Junta y la convocatoria a diputados de
las provincias, y llamaba a abstenerse de intentar
acciones contrarias al orden público.
Jueves 24 de mayo
El día 24 el Cabildo, a propuesta del síndico Leyva,
conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la
llegada de los diputados del resto del Virreinato.
Estaba formada por:
Presidente y comandante de armas:
-
Baltasar Hidalgo de Cisneros
Vocales:
-
Cornelio Saavedra
(militar, criollo)
-
Juan
José Castelli
(abogado, criollo)
-
Juan
Nepomuceno Solá
(sacerdote, español)
-
José
Santos Incháurregui
(comerciante, español)
Dicha fórmula respondía a la propuesta del obispo Lué y
Riega de mantener al virrey en el poder con algunos
asociados o adjuntos, a pesar de que en el Cabildo
abierto la misma hubiera sido derrotada en las
elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta
forma se contendrían las amenazas de revolución que
tenían lugar en la sociedad. Asimismo, se incluyó un
reglamento constitucional de trece artículos, redactado
por Leyva, que regiría el accionar de la Junta. Entre
los principios incluidos, se preveía que la Junta no
ejercería el poder judicial,
que sería asumido por la Audiencia; que Cisneros no
podría actuar sin el respaldo de los otros integrantes
de la Junta; que el Cabildo podría deponer a los
miembros de la Junta que faltaran a sus deberes y debía
aprobar las propuestas de nuevos
impuestos; que se
sancionaría una amnistía
general respecto de las opiniones emitidas en el cabildo
abierto del 22; y que se pediría a los cabildos del
interior que enviaran diputados. Los comandantes de los
cuerpos armados dieron su conformidad, incluyendo a
Saavedra y Pedro Andrés
García.
Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo
como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue
invadida por una multitud comandada por French y Beruti.
La permanencia de Cisneros en el poder, aunque fuera con
un cargo diferente al de
virrey, era vista como una burla a la voluntad
del Cabildo Abierto. El coronel
Martín Rodríguez lo
explicaba así:
Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación
que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas
horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo,
nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin
excepción reclaman la separación de Cisneros.
Hubo una discusión en la casa de Rodríguez Peña, lugar
en que se runieron dirigentes civiles y oficiales de los
cuerpos, entre ellos:
Belgrano, Eustoquio
Díaz Vélez, French
y Chiclana donde se
llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se
comprometió a intervenir para que el pueblo fuera
consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías
Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y
a la juventud de la plaza. Finalmente decidieron
deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo y
obtener del cabildo una modificación sustancial con una
lista de candidatos propios.
Cisneros no podía figurar.
Por la noche, una delegación encabezada por Castelli y
Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros
informando el estado de agitación popular y sublevación
de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron
conseguir en forma verbal su dimisión. Un grupo de
patriotas reclamó en la casa del síndico Leyva que se
convocara nuevamente al pueblo, y pese a sus
resistencias iniciales finalmente accedió a hacerlo.
Viernes 25 de mayo
Durante la mañana del 25 de mayo, una gran multitud
comenzó a reunirse en la Plaza Mayor, actual
Plaza de Mayo,
liderados por los milicianos de
Domingo French y
Antonio Beruti. Se
reclamaba la anulación de la resolución del día
anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y
la formación de otra Junta de
gobierno. El historiador
Bartolomé Mitre afirmó
que French y Beruti repartían
escarapelas celestes y blancas entre los
concurrentes; historiadores posteriores ponen en duda
dicha afirmación, pero sí consideran factible que se
hayan repartido distintivos entre los revolucionarios.
Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente
comenzó a agitarse, reclamando:
"¡El pueblo quiere saber de qué se trata!"
La multitud invadió la sala capitular, reclamando la
renuncia del virrey y la anulación de la resolución
tomada el día anterior.
El Cabildo se reunió a las nueve de la mañana y reclamó
que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza.
Con este fin se convocó a los principales comandantes,
pero éstos no obedecieron las órdenes impartidas. Los
que si lo hicieron afirmaron que no solo no podrían
sostener al gobierno, sino tampoco a sus tropas, y que
en caso de intentar reprimir las manifestaciones serían
desobedecidos por estas
Cisneros seguía resistiéndose a renunciar, y tras mucho
esfuerzo los capitulares lograron que ratificase y
formalizase los términos de su renuncia, abandonando
pretensiones de mantenerse en el gobierno. Esto, sin
embargo, resultó insuficiente, y representantes de la
multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo
reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto
del día 22, exigiendo la formación de una Junta. Además,
se disponía el envío de una expedición de quinientos
hombres para auxiliar a las provincias interiores.
Pronto llegó a la sala capitular la renuncia de
Cisneros, "prestándose á ello con la mayor
generosidad y franqueza, resignado á mostrar el punto á
que llega su consideración por la tranquilidad pública y
precaución de mayores desórdenes".[31]
La composición de la Primera
Junta surge de un escrito presentado por French y
Beruti y respaldado por un gran número de firmas. Sin
embargo, no hay una posición unánime entre los
historiadores sobre la autoría de dicho escrito. Algunos
como Vicente Fidel López
sostienen que fue exclusivamente producto de la
iniciativa popular. Para otros, como el historiador
Miguel Ángel Scenna,
lo más probable es que la lista haya sido el resultado
de una negociación entre tres partidos, que habrían
ubicado a tres candidatos cada uno: los carlotistas, los
juntistas o alzaguistas, y el "partido miliciano".
Belgrano, Castelli y Paso eran carlotistas. Los
partidarios de Álzaga eran Moreno, Matheu y Larrea. No
hay duda de que Saavedra y Azcuénaga representaban al
poder de las milicias formadas durante las invasiones
inglesas; en el caso de Alberti, esta pertenencia es más
problemática.
Los capitulares salieron al balcón para presentar
directamente a la ratificación del pueblo la petición
formulada. Pero, dado lo avanzada de la hora y el estado
del tiempo, la cantidad de gente en la plaza había
disminuido, cosa que Leiva adujo para ridiculizar la
pretensión de la diputación de hablar en nombre del
pueblo. Esto colmó la paciencia de los pocos que se
hallaban en la plaza bajo la llovizna. A partir de ese
momento (dice el acta del Cabildo),
...se oyen entre aquellos las voces de que si hasta
entonces se había procedido con prudencia porque la
ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso
echar mano a los medios de violencia; que las gentes,
por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas;
que se tocase la campana de Cabildo, y que el pueblo se
congregase en aquel lugar para satisfacción del
Ayuntamiento; y que si por falta del badajo no se hacía
uso de la campana, mandarían ellos tocar generala, y que
se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufriría la
ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar.
Cabe señalar que el badajo de la campana del cabildo
había sido mandado retirar por el virrey
Santiago de Liniers
tras la asonada de Álzaga
de 1809. Ante la perspectiva de violencias mayores, el
petitorio fue leído en voz alta y ratificado por los
asistentes. El reglamento que regiría a la Junta fue, a
grandes rasgos, el mismo que se había propuesto para la
Junta del 24, añadiendo que el Cabildo controlaría la
actividad de los vocales y que la Junta nombraría
reemplazantes en caso de producirse vacantes. La
Primera Junta estaba
compuesta de la siguiente manera:
Presidente
Vocales
-
Dr. Manuel
Alberti
-
Cnel.
Miguel de Azcuénaga
-
Dr. Manuel
Belgrano
-
Dr. Juan
José Castelli
-
Domingo
Matheu
-
Juan
Larrea
Secretarios
-
Dr. Juan
José Paso
-
Dr.
Mariano Moreno
La Junta estaba conformada por representantes de
diversos sectores de la sociedad: Saavedra y Azcuénaga
eran militares, Belgrano, Castelli, Moreno y Paso eran
abogados, Larrea y Matheu eran comerciantes, y Alberti
era sacerdote.
Acto seguido, Saavedra habló a la muchedumbre reunida
bajo la lluvia, y luego se trasladó al Fuerte entre
salvas de artillería y toques de campana.
Al mismo tiempo que el sol se ponía en el horizonte, una
compañía de Patricios mandada por Don
Eustoquio Díaz Vélez
anunciaba, al son de cajas y voz de pregoneros, que el
Virrey de las Provincias Unidas del Río de la Plata
había caducado, y que el Cabildo reasumía el mando
supremo del Virreynato por voluntad del pueblo.
El mismo 25, Cisneros despachó a José Melchor Lavín
rumbo a Córdoba, para
advertir a Santiago de
Liniers lo sucedido y reclamarle acciones
militares contra la Junta.
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